Desfachatez, es lo mínimo para calificar el destape de Humberto Moreira Valdés, por parte del PRI de Coahuila, como candidato al Senado de la República. Desvergüenza, dice “el pueblo en general”, cuando desde su renuncia como dirigente nacional de ese mismo partido el 2 de diciembre del año pasado, no ha dado la cara ante quienes lo eligieron como su gobernador en 2005 y ante quienes también protestó “cumplir y hacer cumplir los mandatos de la Constitución y las leyes que de ella emanen y si no lo hiciere, que el pueblo se lo demande”. Pues bien, la sociedad coahuilense y en particular, la de la Comarca Lagunera, más allá de las bases populares tricolores, le están demandando a Humberto Moreira Valdés que aparezca, que explique cómo y en qué se aplicaron los más de 36 mil millones de pesos que se adeudan y de los que la obra pública y la “inversión social” no alcanzan para creer los vagos argumentos que en su momento usó para justificarse.
Obvio que el asunto es partidista –no político-, obvio que el Partido Acción Nacional sigue capitalizando el tema, principalmente para la precampaña interna del ex Secretario de Hacienda, Ernesto Cordero Arroyo -hoy ungido con la bendición presidencial como “el bueno” de la historia electoral del PAN en la búsqueda de su candidato presidencial entre una terna débil y opaca en la que los dos restantes son Josefina Vázquez Mota y Santiago Creel Miranda- pero el asunto de la deuda millonaria de Coahuila, que ya se empezó a pagar y muy caro, con aumentos desconsiderados en las tasas de impuestos, contribuciones y requerimientos estatales, penetró precisamente por eso en la conciencia de los ciudadanos que siguen exigiendo que su ex gobernador venga, aparezca y aclare dónde está semejante monto de dinero público.
La imagen de Humberto Moreira Valdés no la mancharon los medios de comunicación, a quienes se les atribuye una “campaña en su contra”; no la manchó el PAN, ni la mancharon los ciudadanos que en su momento creyeron en él y después vieron y constataron en los hechos su voracidad, su imagen la destruyó el mismo Humberto Moreira al usar su arrogancia para jugarse el riesgo de bailar en el filo de la navaja, y los hechos demuestran que no lo hizo nada bien.
Pero sucede que en política es costumbre culpar al adversario por las derrotas y por los errores; sucede que es más fácil ejercer aquella máxima de “quien no está conmigo está en contra mía” y denostar como “contrarios” a quienes practican su derecho de opinión y cuestionan los excesos en el ejercicio del poder. Y justo es decir que esto no es un invento priísta, porque aplica para todas las fuerzas políticas y en todos los países del mundo; sólo que cuando se emplea en un estado mexicano como es el caso de Coahuila, el resultado se vuelve sumamente grotesco, justamente porque quienes desde el PRI o desde la administración estatal intentan defender lo indefendible –como es en este momento la imagen del ex gobernador Moreira Valdés- con argumentos tan endebles como este, la defensa prácticamente se convierte en lo contrario, y francamente causa gracia.
Y es que eso son los cacicazgos postmodernos: autoritarismo, lenocinio electoral, intolerancia, estímulos para el periodismo militante –que parece ser el que más presencia tiene- y por tanto, como resultado se aprecia un marcado fanatismo partidista. Este es el marco institucional que rige actualmente en las sociedades regionales de México, al menos este es el caso del estado de Coahuila en los tiempos de la dinastía Moreira.
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